
.
Sea en los partidos ultranacionalistas europeos (un sector que posee raíces explícitas neonazis o neofascistas), o en los grupos políticos más reaccionarios de EE.UU., Occidente presencia un ascenso de la extrema derecha que no se veía desde los años treinta del siglo pasado. Entonces la Gran Depresión había nutrido movimientos populares de extrema derecha, y la llamada Gran Recesión actual parece que está provocando algo semejante. […] La influencia actual de la extrema derecha sobre nuestro cuerpo político recuerda una inquietante memoria de hace algunos años. Mientras caminaba por la exposición del campo de la muerte de Auschwitz, una fría mañana de enero, me di cuenta de que los que participaron en ese indescriptible crimen no eran tan diferentes de mi persona o de cualquier otra. Hicieron compromisos, primero pequeños –para mantener sus relaciones sociales, conservar sus puestos de trabajo– hasta que ‘cruzaron la línea’. En ese momento, oré a Dios para llegar a tener el valor de expresar mi opinión cuando me vea enfrentado con dilemas semejantes, a pesar de las consecuencias para mi persona.
Pues sí, ocurre por doquier, pero ese endurecimiento de las perspectivas, posiciones y prácticas políticas que se manejan institucionalmente es efecto y consecuencia, no origen ni causa. Esto que vemos como parte de la crisis actual en lo económico y lo político es parte de un proceso de largo plazo que irrumpe abiertamente en septiembre de 2001, que desata un periodo de autoritarismo acelerado, profundo, extenso y fortalecido del Estado. Ello ha tomado cuerpo en las legislaciones que consolidan un régimen de excepción caracterizado por la proliferación abierta y obvia de la vigilancia y los controles represivos, usando como pretexto la guerra en contra del llamado terrorismo, proceso ampliado en el cual lo que hasta ese momento había sido Estado oculto o paralelo forjado en la sombra de la Guerra Fría pasa a ser la nueva forma tendencial reinante del Estado neoliberal actual. Podemos llamarlo el Estado de Seguridad Nacional. No se reducen esas transformaciones a los Estados Unidos, pues bajo la égida estadunidense, y en coincidencia con otros ejes neoliberales como Gran Bretaña y otros Estados de la Unión Europea, se han establecido redes simétricas y coincidentes, transnacionales, con las mismas características y enarbolando las mismas premisas, propósitos y estrategias (1).
Habría que hablar de fascistización, si acaso queremos ser más rigurosos, y si reconocemos el predominio logrado y explícito del aparato policíaco, de vigilancia y control, en este contexto de exacerbaciones estatalistas y nacionalistas imperiales, pero esa fascistización no viene como amenaza y peligro de los ascensos de las derechas extremas. Esa fascistización se viene trabajando desde hace rato con las transformaciones del Estado, desde dentro, y lo que hace el ascenso de las tendencias ultraderechistas es reforzar ese proceso de manera desigual, movilizando resentimientos e incertidumbres que se aprovechan para apoyar al capital y su Estado en un contexto de inestabilidades que son inevitables mientras sigan dominantes las políticas que benefician a los capitales del neoliberalismo. Para ese capital y su Estado, sus propias poblaciones son el peligro que hay que atajar y encuadrar, el riesgo que hay que administrar. Se aprovecha además lo que ha sido una movilización muy exitosa de las masas en torno al militarismo y al nacionalismo xenófoba, centrada en la llamada seguridad nacional transmutada en un imaginario paranoico de seguridad personal que se ve constantemente reforzado por las otras “guerras”, como la guerra en contra del crimen, a pesar de que la narcoestatización es componente ineludible del neoliberalismo contemporáneo.
Este ascenso actual de derecha que ahora aparece exagerado, obvio y mucho más militante, tiene una larga historia de cultivo y gestación que va de la mano con la historia que lleva al predominio del neoliberalismo y con los cambios en el Estado que le abren camino y lo requieren, que en los Estados Unidos habría que ubicar en la transición que va de Nixon a Reagan, pasando por Ford y Carter (2). Es fascistización neoliberal que ahora ya está en acto en primer plano, en los puestos administrativos del poder, que no llega por culpa o causa del auge ultraderechista, sino que es fascistización que cobija y alimenta a ese auge. Su forma actual, la del ensamblaje manifiesto del Estado de Seguridad Nacional, nos llega a partir de la coyuntura que se abre en septiembre de 2001. Se abre ese capítulo bajo Bush II, y sigue en sus líneas y tendencias bajo Obama (3).
Las formas retroactivas más burdas que reaparecen en el proceso de fascistización actual, las que nunca se han ido, las que remiten directamente a las fascistizaciones históricas en sus momentos iniciales, tienen al menos dos caras. Tienen su clientela entusiasta y tajante en contra de cualquier forma democrática de convivencia. Al mismo tiempo resultan en refuerzos populistas paradójicos de protesta revoltosa de apariencia espontánea, que se presentan a veces como pretensión de desacuerdo democrático, pero tienden a favorecer la fascistización que se actualiza en el neoliberalismo. Proveen tarde o temprano más excusas y pretextos para la intervenciones policíacas de largo plazo que siguen su proceso de consolidaciones en el aparato de vigilancia y control, y fortalecen además la estrategia neoliberal en contra de todo programa de gobierno que pretenda sostener alguna variación de apoyos sociales que se perciban como amenaza a las ganancias irrestrictas de los capitales. Esas son luchas internas al capital neoliberal y sus representaciones políticas, no en contra de sus estrategias ni de su Estado, sino en contra de algunos aspectos de su gobierno (4). Son parte de movilizaciones populistas de derecha, que no afectan al neoliberalismo (al contrario, lo apoyan incondicionalmente) ni a su Estado (en sus estrategias de vigilancias, encuadramientos y represiones). La paradoja es también que se sigue desmantelando el aparato Estatal que había servido de intento de gobierno paliativo ante los embates del capital neoliberal mientras se refuerza el Estado en sus aspectos represivos, policíacos y militares. La privatización cumple dos tareas en este contexto, una de abrir puertas para nuevas zonas de ganancias privadas en lo que hasta ahora había sido lo “social” conquistado (los servicios, la escolarización), al mismo tiempo que impone nuevas expropiaciones radicales en el entorno natural (el genoma como propiedad corporativa y la agricultura modificada genéticamente, amparadas en las protecciones de la propiedad de los capitales), y otra que desarrolla todo un aparato suplementario de vigilancia y represión, con lo cual si bien se privatiza lo estatal al mismo tiempo se estataliza lo privado (pues cumplen funciones de Estado, desde los mercenarios “contratistas” en el campo inmediato de las guerras, hasta la participación de las empresas en el rastreo y colección de informaciones hasta ahora protegidas como privadas, creando así una industria de la vigilancia y la sospecha, y del delato).
No desaparece el Estado nacional en este proceso. Lo que está en juego es una reorganización de las jerarquías de las soberanías Estatales, que se desplazan a niveles multinacionales y transnacionales, sin que se dejen a un lado ni se cancelen los espacios jurídicos, políticos y geográficos de los Estados nacionales que siguen siendo los focos estratégicos en los cuales se intentan manejar y administrar las luchas inevitables producidas en el mismo proceso. La tendencia es la transnacionalización sin que se cancelen los espacios nacionales, aunque sean todos esos espacios más contradictorios y móviles en sus incertidumbres. Ese es el hecho que persiste, que los espacios nacionales sean espacios de insurgencias potencialmente anticapitalistas, o al menos que produzcan reorganizaciones políticas que lo lleven todo a los límites, a los umbrales de transformaciones posibles, y no ya solo a los espacios de los cambios y ajustes aceptables, y que esas insurgencias busquen a su vez sus potenciales transnacionales. Son esos incrementos de los niveles de conflicto inmediato y potencial los que requieren, de parte de los aparatos de gobierno (nacionales y transnacionales), un endurecimiento fascistizado que busca recubrir todas las fronteras físicas y virtuales (incluyendo las móviles fronteras cibernéticas). Eso se entiende si se entiende que las formas y procesos de gobernanza transnacional (económica y política) están en manos de los aparatos de gestión de los capitales neoliberales, de sus conglomerados corporativos multinacionales, en las conjunciones de los dispositivos de intervenciones y controles militares, policíacos, financieros y políticos e ideológicos, pues son esas las muchas caras inseparables de los poderes aferrados. La crisis actual les pertenece, es suya, y saben que no pueden perder las apuestas. La otra cara de esto es que no hay luchas resistentes o alternativas, que sean completamente viables en espacios nacionales exclusivos (pues no existen). El neoliberalismo tiene una sola voz, pero es réplica, resonancia y eco multinacional, transnacional. Es un mismo discurso, una misma estrategia con la misma retórica de dominación. Es legión, y a ese demonio hay que nombrarlo. Las resistencias, a su vez, buscan sus voces coincidentes. Ahí reside su potencia.
Lo más importante es evitar las nociones sedimentadas que obstaculizan el pensamiento de la mutación Estatal actual. Habría que entender que la fascistización no está por llegar, sino que está ya en proceso avanzado de desarrollo, desigual y diferencial, pero claro y contundente. Es una fascistización que no ha llegado con las banderas, uniformes o dirigentes del pasado, sino que se arropa y protege con las banderas y dirigentes del presente, y que surge desde dentro de los aparatos Estatales y de gobierno que le preceden y la producen.
Si se reduce una noción de fascismo a una lectura superficial de las experiencias históricas de la Alemania nazi, y si a su vez se reduce esa experiencia al racismo, se logra entonces encubrir y desplazar convenientemente lo que fueron las fascistizaciones históricas, que a su vez fueron diferenciales en sus desarrollos (centrales y periféricas, con coincidencias de miltarismos, clericalismos y fundamentalismos, y mucho más inclusivas en sus persecusiones y genocidios, pues nunca se limitaron al antisemitismo). Se impide reconocer además que los fascismos históricos sí tuvieron atributos definitivos que debemos reconocer ahora como tendencia actualizada del Estado y sus aparatos (represivos e ideológicos): el fortalecimiento del dominio del aparato ejecutivo, desde las primeras formas de Estatismo autoritario hasta la consolidación actual del autoritarismo exacerbado, incluida la arbitrariedad necesaria para su funcionamiento; el predominio del aparato policíaco, de seguridad y vigilancia, (extendidas esas funciones a nivel transnacional) hechos a la medida del Enemigo imaginario (indefinido e infinito); el nacionalismo xenófoba, mesiánico (salvador de la humanidad en nombre de las reivindaciones de igualdad, y de las producciones y consumos del neoliberalismo) y militarista, que coincide con los fundamentalismos religiosos (5); la actualización de los racismos y las discriminaciones con todas las jerarquías y exclusiones que los sostienen a pesar y a través de ciertas integraciones necesarias y aceptables (encuadradas), pero sin olvidar las exclusiones acusatorias de los enemigos designados; las agresiones imperiales incrementadas en el contexto de las guerras preventivas de control geoestratégico de zonas, recursos y poblaciones (6); la movilización permanente de las masas en torno a los temas y estrategias de la llamada seguridad nacional imaginada y transmutada como seguridad personal en lo cotidiano, pues vivimos una coincidencia entre varias estrategias del miedo que resultan en la fusión de las estrategias ideológicas, represivas y de control de la Guerra Fría con las de la guerra en contra del crimen (7), ambas confundidas en sus premisas y su actualización en la estrategia del miedo de la llamada guerra en contra del terror.
La consigna que prevalece en todo esto desde la perspectiva del Estado es Ley y Orden, siempre y cuando sean la Ley y el Orden del Estado y del gobierno neoliberales. Con esa retórica del poder se justifica un imperativo autoritario y tecnocrático (que se presenta como “racional” y que pretende trascender las luchas del proceso mismo). Resulta, sin embargo, que esas estrategias son las de la eficiencia del presupuesto y de los procesos administrativos del gobierno como vehículo del capital, y de las ganancias de los comportamientos neoliberales, todo ello subordinado al punto de vista de los beneficios de los capitales dominantes. Ello no tiene sentido a menos que no se piense desde la Razón de Estado fascistizada. Tales estrategias no evitan las inestabilidades que pueden llegar a ser muy peligrosas para los capitales y su Estado y gobierno (al contrario, las provocan y producen), y tienen que reprimirlas, y buscan manejarlas. Lo que resulta de esa consigna de Ley y Orden es que se desmantela lo que quedaba de los preceptos constitucionales que permitían formalmente las protestas, y las quiere enjaular en lo aceptable. Las zonas de “libre expresión” y la prohibición de manifestaciones resistentes en las zonas consideradas como críticas e intolerables, las que tienden a quedar fuera de los controles y encuadramientos Estatales, son una consecuencia necesaria. La instauración judicial de un Estado de excepción es parte del proceso. El golpe de Estado como proceso judicial y jurídico establece la excepción como ausencia de la ley en el eje de la ley fascistizada, lo cual entroniza lo arbitrario como norma de Estado. ¿Hemos perdido la memoria del golpe judicial que instaura a Bush II? ¿Olvidamos o no reconocemos la proliferación continuada de las excepciones normalizadas a través de decisiones de las cortes y de las retóricas de gobierno?
Todas esas estrategias intentan sostener la eficacia de los aparatos de seguridad (de control y represión) que se construyen para justificarlas y ejecutarlas. Si acaso queremos evidencia de su eficiencia solo hay que pensar un poco sobre el episodio más reciente relacionado con la seguridad de los viajeros en los aeropuertos, el día de Acción de Gracias en los Estados Unidos (noviembre del 2010). El brote de protesta en contra de los nuevos procedimientos de seguridad mucho más invasivos, e incómodos y abusivos, se desinfló con la aceptación generalizada de su necesidad. Se busca y se logra con suficiente éxito movilizar a las masas a favor del Estado de Seguridad Nacional, a pesar de las críticas y oposiciones publicadas y difundidas que, a la hora de la verdad, no han sido suficientes (esa es la mediación mediática del poder). Por ello no basta hablar de Estado policíaco ni de sociedad de vigilancia, pues ambos términos implican una exterioridad de lo represivo, y lo que vemos y vivimos es otra cosa, es una confluencia (inestable, tal vez, pero funciona), en lo cotidiano, a favor de los controles y las vigilancias. Al mismo tiempo vemos que la vejación, el abuso y la humillación, se hacen política de Estado, protegida en una red de justificaciones oportunistas. No es casual que en muchas instancias sean las mujeres las víctimas preferidas. De eso se sabe en Chile, Argentina, en Uruguay y en México, y en Puerto Rico, y en tantos otros países y lugares. Eso concentra todos los autoritarismos disponibles, y tantos otros que se siguen inventando, especie de retorno del castigo público que el Monarca impone en su impunidad en contra de nuestros cuerpos cotidianos, en los cuales luchamos. La vigilancia entonces requiere su castigo manifiesto, inmediato e indudable como advertencia y amenaza, y se apoya en una aceptación incierta pero persistente. Entonces, la vigilancia misma es represión, y la represión es vigilancia porque es prevención por ser amenaza, como ciclo que en su tendencia busca ser infinito para los poderes. Eso es lo que busca. Hay que administrar los cuerpos, hay que lograr su sumisión. ¿No es eso acaso forma de intervención que tiene continuidad y que es compatible con la tortura, en lo microscópico palpable de las intervenciones Estatales y en los microfascismos cotidianos que se confunden y coinciden con las líneas mayores de los ejercicios de los poderes polícíacos?
¿Que no tenemos campos de concentración? ¿Que no tenemos tortura como política Estatal establecida? ¿Hacen falta para confirmar un proceso de fascistización, más ? Digamos que sí, y digamos que sí tenemos los campos de concentración y que la tortura es política sistémica en el aparato militar. Con respecto a la tortura, solo cabe recordar el escándalo reciente de la pubicación de multiples documentos secretos a través de Wikileaks, que confirman la tortura como práctica común, directa e indirectamente, en persona o a través de los aliados y asociados en las guerras actuales (8). No olvidemos los primeros indicios explícitos de esa práctica en Abu Ghraib, situación que se quiso descartar como obra de uno que otro desviado, pero que actualmente confirmamos como trasfondo de muchas y demasiadas operaciones militares. Los campos de concentración sí existen, desde Guantánamo hasta las redes de prisiones secretas ubicadas en jurisdicciones fuera de los Estados Unidos, que están de facto bajo su control. Tienen además su sistema paralelo de justicia excepcional basado en tribunales militares especiales, sistema que pretende procesar a cualquiera que se designe como combatiente enemigo, sin que importe su origen nacional. Las detenciones permanentes en esta red de encarcelamiento, sin recurso judicial, ya están aprobadas luego de haber estado en acto desde poco despues del 11 de septiembre de 2001. Los americanos tienen su Gulag, y funciona, coordinado con muchos otros países que se han alineado en esa red represiva. Pensemos en las entregas extraordinarias (“extraordinary renditions”) que siguen ocurriendo. Todo ello, las torturas y las prisiones especiales, están amparadas por las medidas jurídicas y judiciales que se han implantado en los Estados Unidos y que se han impuesto en el mundo de sus asociados. Es el Estado de excepción en plenas funciones transnacionales. Sus premisas son aplicables a los diversos territorios nacionales, incluidos los Estados Unidos (9). Podemos añadir que por primera vez en la historia de los Estados Unidos se ha creado el Comando del Norte, con permiso y propósito declarado de intervención militar directa en el territorio nacional en caso de que se determine ello como necesario a partir de una “crisis” indeterminada. Ni hablar de la inmunidad impuesta a favor de las tropas estadunidenses en sus intervenciones internacionales, y de la extensión de las redes militares en las zonas percibidas como más inestables y estratégicas (Colombia como base de operaciones ampliada en el continente Sur, Honduras resguardada a ritmo de golpe de Estado en contra de todo cambio que tenga sospecha progresista).
El Estado de Seguridad Nacional reúne y concentra todas las características de una fascistización actualizada que es mucho más agresiva y peligrosa porque es mucho más extendida que las fascistizaciones históricas. Es mucho más peligrosa porque no tiene contrapeso internacional, pues en ese imperio del poder fascistizado no hay exterioridad. Tampoco ha tenido hasta ahora contrapeso nacional, pues las oposiciones siguen diluidas en los reclamos liberales que hace tiempo no son viables, porque el partido único de la fascistización se ha constituido ya desde dentro del gobierno sin que importen los colores de sus banderas electorales. En esa cama grande duermen todos, aunque se acomoden en espacios distintos.
El ascenso militante de la ultraderecha bien puede agravar la situación, pero hay que ver que no es causa, sino consecuencia y parte de un proceso de endurecimiento del poder. Esta fascistización, que busca y logra extenderse en lo cotidiano, encuentra múltiples apoyos en los microfascismos que han seguido proliferando a través de las culturas de los consumos y coexistencias actuales (materiales e inmateriales, ideológicos), que en tantos aspectos legitiman las violencias diarias y las resuelven imaginariamente a través de lo policíaco. ¿Cuáles sujetaciones autoritarias buscan y logran sus reconstituciones diarias? ¿Cómo salimos de este simulacro, de creer que lo que ya ocurre y se consolida todavía está por venir?
El ascenso de la ultraderecha confirma las tendencias de este capitalismo neoliberal que, como nunca antes, busca devorar a sus propias poblaciones como si fuesen desechables en la subordinación que impone la prioridad de las ganancias ilimitadas en contra de la vida de las personas y del planeta. Es Saturno devorando a sus hijos.
¿Seremos capaces de tomar las decisiones y emprender las acciones cotidianas que nos alejen de tales procesos, las que nos lleven a actuar en contra de esta fascistización de manera que no nos quedemos en más de lo mismo, que no quedemos conformes con las protestas y revueltas pasajeras y aceptables, que nos permitan conquistar espacios alternativos de lucha que no se dejen agarrar por las burocracias (grandes y pequeñas, tiernas y podridas) con pretensiones de vanguardias oportunistas o de mediaciones conformistas disfrazadas de las retóricas oportunistas de moda, y a veces tan repletas de las militancias de los catecismos fracasados? No necesitamos dirigentes ni héroes, sino movimientos amplios y multifacéticos, coincidentes y capaces de renovarse a pesar de los contratiempos. Esto requiere una voluntad y una perspectiva de democratización insolente, paciente y peristente, de las luchas que buscan y encarnan alternativas. Eso es lo único que puede abrir las puertas de una masificación creativa y atrevida, móvil y ágil, capaz de oponerse a la fascistización actual en todos sus aspectos. Eso también existe, a pesar de todos los atentados en su contra (de parte de las derechas y de las “izquierdas”, en sus siniestros movimientos de pinza que reiteran tantas tristes coincidencias que buscan mantenimiento en vez de transformaciones), y eso hay que protegerlo y estimularlo a través de todas sus incertidumbres y sus aciertos. Las luchas existen pues son inevitables, porque constituyen nuestro momento (siempre han sido eso), y no se puede decretar su suspensión conveniente. En esas luchas existimos, y no se dejan cancelar esas luchas porque siempre estamos en medio de algo, en medio de alguna lucha.
Si acaso existimos es porque resistimos. Solo que hay que tomar posición, y eso es lo que siempre también se hace, y tal vez la toma de partido sea a favor de las democracias posibles y en contra de las dominaciones y sujetaciones tan tercas en las cuales seguimos acosados creyendo que somos tan libres. Esas dominaciones y sujetaciones no desaparacen por su cuenta, y entonces hay que asumir que las libertades siempre hay que volver a hacerlas, producirlas, mantenerlas y ampliarlas, y eso no sucede sino en lucha. Hay que quitar las dominaciones y sujetaciones, y hay que quitarlas ahora como nunca antes, pues se endurecen descaradamente y con mucha prisa en todo el espectro político. Al poder, a los poderes, apenas le quedan escondites, y eso se lo debemos a las luchas insistentes. La pregunta es entonces si podemos deshacer a esos poderes y hacer otra cosa, en la luchas y a partir de las luchas que no se dejan suprimir. Hay que insistir. En esto se nos va la vida.
A ver si así llegamos a ser un pedazo de tierra que valga la pena, pero para nosotros, para nosotros y no para los capitanes del capitalismo de la fascistización neoliberal y de su Estado y gobierno. Aquí se juega todo para buen rato. Ya basta.
Notas:
(1) Sobre el fin del Estado de derecho, la emergencia del Estado de excepción y la criminalización de las disidencias, tenemos a Jean-Claude Paye. Es análisis reciente y sistemático, muy bien documentado, que arroja luz sobre las dimensiones multinacionales del proceso:
Paye, J-C. (2007). Global War On Liberty. New York, NY: Telos Press Publishing.
(2) De Nixon podemos recordar la crisis política de espionaje interno, que revela la existencia de programas de vigilancia y represión, como Cointelpro. Vean al respecto: http://www.icdc.com/~paulwolf/cointelpro/cointel.htm Esos dispositivos represivos, a pesar de duras críticas y de las investigaciones senatoriales de la Comisión Church, nunca se desmantelaron por completo, sino que se reciclaron y reconstituyeron bajo otras formas y jurisdicciones. Heredan de la tradición política anticomunista del macartismo y de las tendencias de vigilancia represiva del FBI bajo Hoover. De esa época de principios de la Guerra Fría sale la primera legislación sobre la llamada seguridad nacional, junto a los primeros pasos de la creación y consolidación del complejo militar-industrial sobre el cual advirtió Eisenhower, y en ese momento apenas asoma su cabeza esa serpiente, por si acaso hay que buscar la iniciación incierta de esa tendencia que ahora define las formas de la política y de lo político en este Estado. Vean: Stuart, D. T. (2008). Creating The National Security State: A History Of The Law That Transformed America. Princeton, NJ: Princeton University Press. Además, sobre el mismo proceso: Hogan, M. J. (1998). A Cross of Iron: Harry S. Truman And The Origins of the National Security State. New York, NY: Cambridge University Press. De Carter podemos recordar su función como padre fundador de la Comisión Trilateral, que inicia e impulsa los aparatos transnacionales de gobernanza estatales del capital multinacional en función de los intereses de los ejes y potencias del capitalismo multinacional. Sobre ese desarrollo estratégico, vean: Sklar, H. (Ed.). (1980). Trilateralism. Boston, MA: South End Press. De Reagan habría que recordar la apertura irrestricta de las políticas neoliberales y de agresiones internas y externas incrementadas, junto a su colega Margaret Thatcher, ambos íconos de los neoliberales neoconservadores por su capacidad de desmantelar y reabsorber las oposiciones y resistencias. Su momento consolidó además las iniciativas y victorias ideológicas del neoliberalismo en todos sus aspectos, apoyado por el fundamentalismo religioso de la derecha cristiana, alianza que ha continuado y sigue siendo vital para ellos. Tal vez lo más importante en todo este proceso es que esas tendencias no logran su lugar sin las insuficiencias y las derrotas de las oposiciones en lucha que no fueron capaces de devenir alternativas sustentables en las perspectivas y escalas requeridas. Ellos, los poderes fascistizados actuales, están aquí y ahora porque en demasiados aspectos lo hemos permitido. Ahora hay que enfrentar las consecuencias, y ojalá que no se cometan los mismos errores.
(3) Mucho y bastante habría que escribir sobre esa fascistización que vivimos, que es estructural y de largo plazo en sus efectos y consecuencias. Basta en este momento una que otra referencia que permitirá tal vez una discusión subsiguiente. La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) ha seguido de cerca varios de los cambios fundamentales que definen ese proceso en lo jurídico y legal, sin que lo llame por su nombre: http://www.aclu.org/national-security/establishing-new-normal La legislación clave que inicia el desmantelamiento actual y agresivo de las libertades civiles, el Patriot Act, ha sido objeto de estudio por parte de la ACLU y otras organizaciones: http://www.aclu.org/national-security/usa-patriot-act Por otra parte, está la preocupación reitarada del desarrollo de la llamada “sociedad de la vigilancia”, que apunta a los procesos en marcha: http://www.aclu.org/technology-and-liberty/bigger-monster-weaker-chains-growth-american-surveillance-society Otras organizaciones, como el Center for Constitutional Rights, han seguido la crítica al creciente extensión del poderío del Estado: http://ccrjustice.org/ Han destacado además lo que designan como abuso del poder gubernamental, que no es sino un excedente de poder necesario e inevitable en este proceso: http://ccrjustice.org/government-abuse-power Sobre el espionaje doméstico, que es lo que podríamos reclamar (¿todavía?) como inconstituconal, la ACLU añade: http://www.aclu.org/spy-files El internet es objetivo estratégico en todo esto, por sus capacidades inmediatas y simultáneas de resistencias posibles. Vean la página del Electronic Frontier Foundation: http://www.eff.org/ Los intentos de regulación extrema regresan a la legislatura de Estados Unidos: http://www.cbsnews.com/8301-501465_162-20029302-501465.html Además sale a la luz pública (Washington Post) la extensión de la industria del espionaje y de la seguridad nacional, nuevo sector que crece vertiginosamente amparado por el Estado, al mismo tiempo que se extienden las funciones del FBI y coinciden con las funciones de otras agencias de larga tradición represiva y de espionaje, como lo son la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA): http://projects.washingtonpost.com/top-secret-america/articles/national-security-inc/ Sobre el desarrollo acelerado de la NSA luego del 11 de septiembre, vean además: Bamford, J. (2008). The Shadow Factory: The Ultra Secret NSA From 9/11 to the Eavesdropping of America. New York, NY: Doubleday. La internacionalización del FBI, y las funciones de espionaje doméstico de la CIA van de la mano en todo esto, tanto así como la fusión y confusión de sus tareas y funciones, a pesar y a través de sus asperezas y competencias burocráticas. El ensamblaje de la burocracia del departamento de seguridad interior (Department of Homeland Security, DHS por sus siglas en inglés), confirma y acelera la tendencia. El DHS reúne y concentra agencias hasta ahora dispersas que se encargan de la vigilancia y la prevención represiva, aparte de crear agencias nuevas, y las extienden desde las instancias federales hasta las estatales y locales, con los llamados centros de fusión de inteligencia (Fusion Centers): http://www.aclu.org/spy-files-fusion-centers-0. El DHS comienza como puesto del gabinete presidencial en la secuela inmediata del 11 de septiembre de 2001, y ahora es todo un aparato de Estado disponible inmediatamente con tentáculos muy extendidos, y crecientes, con vínculos profundos en el nuevo complejo industrial de seguridad nacional. La cultura política del espionaje y del delato se institucionaliza así. Sobre la vigilancia y los controles cotidianos, vale la pena ver: http://epic.org/ A pesar de todo lo que se discute y denuncia, las políticas de vigilancia y control siguen intactas, y el Estado se hace impermeable ante reclamos democráticos, en parte por los apoyos que ahora se amplifican por parte de las derechas ascendientes, pero ante todo por el apoyo generalizado que han logrado las posiciones oficiales sobre la llamada seguridad nacional a través de una saturación mediática sostenida. ¡Todo esto se sabe y está comprobado! ¿Importa? ¿Qué se hace? ¿Esperamos a que nuestros “representantes”, designados en este simulacro de democracia (reducida, entendida y aceptada como electoral) resuelvan los asuntos que definen la existencia de la gente? ¿Hacemos una democracia que sea nuestra, y que se vayan los elegidos, y nos arriesgamos con otras formas de gobierno democrático que sean capaces de lograr lo que necesitamos?
(4) No queda más claro el asunto que cuando se leen las posiciones de los elegidos recientemente al congreso estadunidense, en contra del “gobierno excesivo” y sus “gastos”. Curiosa coincidencia tienen con el fundamentalismo religioso que justifica según ellos la libertad ilimitada de los mercados (y los capitales que los gobiernan en sus azarosas especulaciones), mientras no se dice ni palabra en contra del crecmiento sostenido del complejo militar-industrial ni de las privatizaciones de la vigilancia financiadas por el Estado. Es el “constitucionalismo radical” del Tea Party. Vean: http://www.nytimes.com/2010/11/28/magazine/28FOB-idealab-t.html Queda más claro el asunto cuando vemos lo que hacen los elegidos de la derecha radical en contra de los derechos adquiridos por las luchas sindicales en el sector público, como en Winsconsin actualmente y en muchos otros estados de los EUA, y ni hablar de Puerto Rico. Aceleran su ofensiva en contra de sus propias poblaciones en nombre de los beneficios del capital neoliberal, con los pretextos de la llamada racionalidad del presupuesto (discurso sintomático de su autoritarismo), sin que importe lo que cueste en lo social, pues no son ellos los que sufren las consecuencias. Todos los demás, nosotros, somos las poblaciones desechables que, si acaso protestamos y resistimos, quedamos encuadrados en las disidencias criminalizadas, en función y como efecto de las guerras imaginarias sostenidas y coincidentes con las políticas del miedo del capital y su Estado.
(5) Dos libros importantes sobre estas coincidencias entre fundamentalismo religioso de derecha cristiana y el militarismo:
Weinstein, M.L & Seay, D. (2006). With God On Our Side: One Man’s War Against an Evangelical Coup in America’s Military. New York, NY: St. Martin’s Press.
Hedges, C. (2006). American Fascists: The Christian Right And The War on America. New York, NY: Free Press.
(6) La tendencia clara es hacia la guerra permanente, un estado sostenido de agresiones en varios planos y lugares simultáneos (guerras formalmente declaradas, y ocultas de baja intensidad). No se buscan ni se pueden lograr victorias convencionales, sino el proseguimiento de las intervenciones en la ortopedia geoestratégica imperial. El objetivo es el control de las poblaciones y regiones designadas como inestables y amenzantes en las estrategias globales neoliberales.
(7) La llamada guerra en contra del crimen (y contra las disidencias criminalizadas) ha servido para la militarización de la policía y el desarrollo de cuerpos represivos policíacos especializados cuyo objetivo sistemático ha sido las poblaciones en mayor desventaja, así como los brotes de disidencias inaceptables. Ello es desarrrollo paralelo a la narcoestatización inevitable en esta época en que las mafias se convierten en potencias financieras internacionales, sin que se ataquen seriamente la compenetración del narcotráfico con el Estado ni la extensión de los consumos que sostienen al narcotráfico. Hay precedentes recientes de esa compenetración, que ya tal vez hemos olvidado, eso de la disponibilidad imperial para usar al narcotráfico en favor de sus intereses, y de la consonancia oportunista del Estado con las redes narcotraficantes. Acaso no recordamos el escándalo Irán-Contra, bajo Reagan, al mismo tiempo que en los Estados Unidos la propaganda autoritaria y moralista en contra del consumo de drogas cobraba mayor impulso mediático. ¿Podemos decir que los aparatos policíacos no están involucrados en el narcotráfico? Habría que añadir, como parte de las ambiguedades convenientes en este panorama de guerra en contra del crimen y de las disidencias, la existencia de los cuerpos policíacos mercenarios que ejercen funciones de Estado, constituidos y contratados a la medida de las circunstancias, que aprovechan las marginaciones como condición de reclutamiento y que reproducen comportamientos pandilleros. Es el despojo neoliberal generalizado lo que hace esto posible. Todo eso es también estrategia de miedo, de intimidación. Nada nuevo …
(8) La ACLU sigue bastante de cerca los desarrollos de la política de tortutas: http://www.aclu.org/national-security/torture Lo que hay que preguntar es qué ha cambiado con Obama, y la respuesta es que no ha cambiado gran cosa. Es más de lo mismo.
(9) Una vez más, la referencia indispensable es Jean-Claude Paye. Vean la nota primera.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=116511&titular=el-ascenso-de-la-extrema-derecha-es-un-eco-siniestro-
El ascenso de la extrema derecha es un eco siniestroRitt Goldstein
Asia Times Online
Traducido del inglés para Rebelión por Germán LeyensSea en los partidos ultranacionalistas europeos (un sector que posee raíces explícitas neonazis o neofascistas), o en los grupos políticos más reaccionarios de EE.UU., Occidente presencia un ascenso de la extrema derecha que no se veía desde los años treinta del siglo pasado. Entonces la Gran Depresión había nutrido movimientos populares de extrema derecha, y la llamada Gran Recesión actual parece que está provocando algo semejante.
“Se puede decir que hay una relación entre la emergencia de un partido derechista populista radical y las recesiones económicas”, señaló Cristian Norocel, politólogo de la Universidad Estocolmo de Suecia y de la Universidad de Helsinki de Finlandia. Hablando del ascenso de los Demócratas Suecos (SD) de extrema derecha, un partido con raíces neonazis que recientemente obtuvo 20 escaños en el parlamento, Norocel vio similitudes con el “temprano nacionalsocialismo (nazismo)”.
Norocel se refería específicamente a políticas que recuerdan el nacionalsocialismo alemán “de finales de los años veinte, y comienzos de los años treinta”, aunque el partido SD actual ha renunciado a la violencia. Subrayando los motivos para preocuparse, Norocel dijo a Asia Times Online con una voz tranquilamente determinada que “lo que preocupa es que la plataforma del partido SD parece tener mucho éxito”.
En Holanda, Bélgica, Dinamarca, Italia, Francia, Austria, Suecia, Hungría, Serbia, Rumania, Suiza y otros países, la extrema derecha está en ascenso, llegando a las legislaturas y a la prominencia en una serie de países. El 2 de noviembre, un titular de CNN anunció: “Grupo de extrema derecha en el Reino Unido alardea de vínculos con Tea Party”.
Las pesadillas gemelas del nazismo y el fascismo en los años treinta provinieron del caos social y económico europeo después de la Primera Guerra Mundial; su desarrollo se aceleró con el sufrimiento económico y la inseguridad provocada ampliamente por la Gran Depresión. La cólera y la frustración popular generalizadas por las fallas sistémicas del establishment político y económico de ese período fueron se canalizaron contra grupos sociales externos, y esos desgraciados suministraron chivos expiatorios convenientes que sirvieron de base para el crecimiento de esos movimientos. En la actualidad muchos piensan que la adopción generalizada de políticas neoliberales por Occidente, sus décadas de “reformas económicas”, han significado a menudo que dificultades financieras similares han vuelto a impactar a mucha gente, y gran parte estaba ansiosa de culpar a alguien por sus sufrimientos.
Percibiendo la extrema derecha como síntoma de un desorden social, se podría argumentar que su renacimiento actual es de nuevo el producto de políticas económicas y políticas fracasadas. Esos fracasos generan una agitación económica y social similar a la que creó la primera pesadilla causada por la extrema derecha.
“Lamentablemente gran parte del resentimiento que debería dirigirse contra corporaciones que relocalizan en el extranjero los puestos de trabajo o huyen del país tiende a dirigirse contra sindicatos, inmigrantes y miembros de minorías étnicas. O se culpa al gobierno de gravar excesivamente con impuestos a la gente”, señaló el psicólogo Daniel Burston, un conocido autor de documentos y libros sobre la psicología social de los años treinta y jefe del Departamento de Psicología de la Universidad Duquesne.
Burston agregó para Asia Times Online que, demasiado a menudo, los que se benefician de las actuales circunstancias invierten “una masiva riqueza para avivar los fuegos de cólera descaminada mediante publicidad y desinformación en los medios y comprando los favores de políticos para asegurar que aprueben leyes que posibilitan que continúen sus prácticas depredadoras”.
Burston interpreta el resultado como “una población que hierve de cólera y desconfianza y quiere responsabilizar a alguien por su sufrimiento, pero a menudo apunta a la gente equivocada”.
En los años treinta los judíos europeos se convirtieron en un objetivo semejante, y la historia demuestra lo acabó ocurriendo. Actualmente ese trágico vacío es frecuentemente llenado por los musulmanes, junto con los homosexuales, los gitanos]y otras minorías que ahora son identificadas de la misma manera, como lo fueron entonces. En algunas áreas donde hay una presencia islámica limitada se ha vuelto a culpar a los judíos (por ejemplo en Hungría). E incluso en EE.UU., el actual “debate migratorio”, particularmente cuando se refiere a comunidades mexicanas y mexicano-estadounidenses, también tiene sus paralelos.
Durante lo que fue conocido como la “repatriación mexicana” de los años treinta, aproximadamente medio millón de mexicanos y mexicanos-estadounidenses fueron efectivamente obligados a abandonar EE.UU., y según las informaciones la mayoría eran ciudadanos estadounidenses. “Fue un programa de desplazamiento racial”, dijo Mae Ngai, experto en historia de la inmigración en la Universidad de Chicago, en un artículo noticioso en USA Today en el año 2006.
En Suecia, el SD exige el final del “multiculturalismo”, el final del “apoyo público a organizaciones de inmigrantes”, y el final de “todas las demás actividades orientadas a promover culturas e identidades extranjeras en Suecia”. También quiere ilegalizar “edificios religiosos con un estilo de construcción no sueco o extraña arquitectura”, prohibir que empleados públicos porten “símbolos religiosos o políticos conspicuos, como una pañoleta o un turbante” y llaman al gobierno a apoyar a inmigrantes que deseen regresar “voluntariamente” a sus países.
En Hungría, el movimiento Jobbik (Movimiento por una Hungría Mejor) es el tercer partido por su tamaño del país, y se le acusa de “fascista” y “antisemita”. En un artículo de abril de 2010: “Antisemitismo se agita mientras Hungría va a las urnas”, el Sunday Times de Londres detalló amplios ataques contra la comunidad judía, como una turba que coreó en un mitin político “cerdos judíos” y “a los campos de concentración” y cómo se han popularizado pegatinas sobre los coches que proclaman “coche libre de judíos”. El artículo también menciona violencia contra los gitanos, e incluso asesinatos.
En Francia, la deportación de los gitanos ha sido motivo de condena de la Unión Europea, e Italia también realiza una campaña de expulsiones forzosas de los gitanos de muchas ciudades importantes. Un informe del 5 de noviembre en el Financial Times señaló que el gobierno de Silvio Berlusconi ha propuesto una nueva ley que según los críticos apunta a deportar a los rgitanos del país. También, como paralelo de los años treinta, la violencia anti-gay se ha generalizada en Serbia, e incluso EE.UU. presencia un notable aumento.
“EE.UU. estremecido por repentina oleada de violencia contra gays”, señaló el titular del 17 de octubre del Observer británico. El uso como chivos expiatorios de “grupos externos” por nuestros defectos sociales aumenta junto con la extrema derecha.
La globalización, la Gran Recesión y la “reforma económica” han golpeado seriamente a las poblaciones a ambos lados del Atlántico. Con esto una cólera omnipresente, así como la desconfianza contra la estructura política y social establecida, han aumentado en una serie de países. El crecimiento del Tea Party de EE.UU. es una de esas reacciones, y el amplio renacimiento de la extrema derecha es una consecuencia mucho más inquietante.
“En períodos en los que la gente se siente amenazada y desconfía es más receptiva a distorsiones, verdades a medias, y mentiras” dijo el psicólogo Burston. También señaló que en tales tiempos, cuando la gente es muy receptiva a la propaganda, la mayoría “simplemente no va a reflexionar profundamente sobre las afirmaciones hechas por sus dirigentes, o las consecuencias que parecen resultar. Adolf Hitler lo sabía perfectamente”.
En Suecia, un país que se ubica consistentemente entre los pocos a la punta en términos de ratings de calidad social, el ascenso del SD al parlamento representó un brutal despertar para algunos. En Suecia, considerada hace tiempo como un bastión de la democracia liberal, la tolerancia y la corrección, el éxito de un partido considerado ampliamente racista y xenófobo ha provocado un examen de conciencia entre los suecos.
En vista de la situación de Suecia como un destacado Estado occidental, un examen del ascenso de su extrema derecha sugiere tendencias más amplias, aunque las raíces del actual renacimiento de la extrema derecha ciertamente se extienden más allá de partidos con un patrimonio nazi o fascista. Pero el hecho de la popularidad del SD, y los factores que la causan, ha cuestionado innegablemente la imagen que Suecia ha tenido de sí misma desde hace tiempo.
El estudio de las posiciones que llevaron al SD a obtener 20 escaños en el parlamento sueco destaca el crecimiento de algunas tendencias inquietantes.
El SD culpó a los inmigrantes de los penosos recortes en prestaciones sociales, omitiendo convenientemente el hecho de que importantes recortes en los impuestos y privatizaciones han obligado efectivamente a reducir las prestaciones. Refiriéndose a la importante minoría musulmana de Suecia (unos 400.000 entre 9 millones de suecos), el SD se refirió al Islam como la mayor amenaza que Suecia haya enfrentado “desde la Segunda Guerra Mundial”, y un dirigente local del SD incluso llegó a los titulares al afirmar que mucha gente de Oriente Próximo tiene un “gen” que los hace ser más violentos.
El SD también publicó informes estadísticos muy discutidos sugiriendo que nuevos inmigrantes (en su mayoría de Oriente Próximo) eran responsables de una parte desproporcionada de crímenes graves. Y en la tercera ciudad de Suecia según su tamaño, Malmö (uno de los bastiones del SD), quince inmigrantes fueron atacados a tiros al azar durante el último año.
Hasta el año 2001 se podían ver uniformes nazis y esvásticas en reuniones del SD, aunque actualmente el SD afirma que es un “partido normal” y ha atraído un fuerte apoyo entre jubilados suecos, un grupo muy afectado por los recortes de las prestaciones.
Actualmente la economía sueca crece cuatro veces más que el promedio de la Unión Europea, pero con las recientes “reformas económicas y sociales” se trata de una prosperidad que no comparten todos. El politólogo Norocel considera que el ascenso de la extrema derecha representa “una protesta de gente que sintió que ha sido olvidada por la tendencia dominante”.
Norocel también se refirió al SD como “lobo con piel de oveja”, un partido “criptoracista” con un pasado sucio que se presenta vestido de “normal”.
Gustav Fridolin, un destacado miembro verde del parlamento sueco, dijo a Asia Times Online que Suecia “está desgarrada por el alto desempleo y la creciente pobreza”, y ve un sentimiento de “impotencia” entre muchos, un punto en el cual “la fe en el futuro se está destrozando”. Postuló que tales circunstancias significan que “es posible obtener simpatías políticas mediante una de dos alternativas: o se coloca a los grupos los unos contra los otros, o se vuelve a la esperanza de que el pueblo se imponga”.
Independientemente, el psicólogo Burston dijo que la clase media se siente “cada vez más vulnerable y confusa, temerosa”. Subrayó que gran parte de este temor tenía que ver con el futuro, “con los hijos y los nietos”, y que muchos en la clase media “incliso han perdido la fe de esperar un cambio en lo que sucede en su propia sociedad”, oscureciendo la visión que la mayoría tenía del “significado fundamental de las normas y prácticas democráticas”.
Burston piensa que la situación actual hace que muchos se vean “abrumados por su miseria y confusión”, y por ello carecen de la “paz y presencia de ánimo para reflexionar”. Bajo tales circunstancias, señaló que los individuos a menudo “quieren que se les diga lo que sucede, no quieren descubrirlo por sí mismos”.
Por desgracia es infinitamente más fácil culpar a otros de cualquier problema, en particular a los que uno considera “forasteros” en la propia sociedad, en lugar de reconocer y encarar cualquier deficiencia interna. En el caso del SP, Norocel señaló que el partido parece “muy habilidoso en la presentación de un chivo expiatorio”.
Burston sacó a colación separadamente el concepto de “otherization”. La otherization es esencialmente un fenómeno psicológico en el cual no llegas “a reconocer la humanidad fundamental de tu homólogo”, dijo Burston, con un tono de mal agüero. Señaló, explicando cómo este fenómeno impacta a los grupos sociales exteriores en las actuales circunstancias, que “el otro ya no es simplemente un extranjero, sino un adversario”.
En sueco existe un término que se utiliza desde hace tiempo para describir a partidos políticos de la extrema derecha: “framlingsfientligt parti”. Traducido literalmente significa “hostilidad al extranjero”, aunque a menudo simplemente se traduce como “xenofobia”.
Beneficiándose típicamente de la cólera de una clase media en decadencia y recientemente empobrecida, la extrema derecha tiene una historia de ascenso en tales circunstancias “porque ofrece respuestas simplistas para problemas excesivamente complejos, y ha desarrollado estrategias retóricas efectivas para motivar a la gente para que vote contra sus propios intereses a largo plazo”, agregó Burston. Señaló que “ellos [la extrema derecha] apelan al sentimiento de traición y victimización de la gente”, pero lo hace de una manera que evita “los verdaderos procesos sociales y económicos que llevaron a su vulnerabilidad”.
Agneta Borjesson, secretaria general de los verdes suecos, señaló que mientras el SD “habla de la inmigración”, los problemas reales yacen en otra parte. Considera que el SD ignora “los problemas en las escuelas, los problemas en la exportación de los puestos de trabajo, los problemas que son verdaderamente reales”.
El miembro del parlamento sueco Fridolin ve una respuesta en reenfocar la agenda política hacia “dónde se crearán los puestos de trabajo del futuro, y cómo podemos edificar una nueva sociedad que unifique”, que no separe. Semejantes pensamientos se suman a preocupaciones sobre “la relocalización de puestos de trabajo en el extranjero” y las crecientes presiones causadas por las políticas neoliberales.
Un modelo de falsa culpa, y la busca de chivos expiatorios que alienta, ha sido la cuña tradicional que la extrema derecha utiliza para arrancar apoyo de la política dominante. Un denominador común compartido por la extrema derecha es su antipatía contra los inmigrantes y la inmigración.
“En todos los sitios donde existen, esos partidos políticos de extrema derecha en Europa, tienden a culpar a la inmigración de todo tipo de problemas”, dijo el politólogo Mikael Sundstrom de la Universidad Lund en Suecia. Comentando sobre la disposición de las poblaciones afligidas a aceptar “distorsiones, verdades a medias, y mentiras”, Sundstrom señaló que todo lo que el SD tiene que hacer con su supuesta “verdad” es “colocarla afuera, y la gente la recogerá”.
“El recuerdo de la Segunda Guerra Mundial”, y de los años treinta que llevaron a esa guerra, se ha ido desvaneciendo”, observó Sundstrom. Por eso, señaló, no se elude simplemente a la extrema derecha “como solía ocurrir”, ya que se han olvidado las lecciones amargas de nuestro pasado.
Como parte de lo que eso significa, Sundstrom subrayó que si la extrema derecha puede crecer en Suecia, “puede suceder en cualquier parte”.
El desvanecimiento de los recuerdos del primer ascenso de la extrema derecha parece que ha ayudado a permitir que tales grupos vivan un nuevo comienzo, pero algunos creen que una crisis semejante genera una oportunidad. Con una nota de optimismo, el politólogo Norocel ve los eventos como una oportunidad para “un retorno a las raíces y un contacto más estrecho entre los votantes y los políticos elegidos”, y para que se limiten las crecientes disparidades causadas por el actual “capitalismo (globalización, privatización indiscriminada, desmantelamiento de la seguridad social)”.
El padre Bob Bossie, es miembro de la congregación católica internacional de Sacerdotes del Sagrado Corazón y activista del Centro para Justicia del Octavo Día en Chicago, (una organización no gubernamental basada en la fe católica por el cambio social). Hace algunos años, Bossie visitó el sitio del campo de exterminio nazi de Auschwitz. Colocó en ese contexto sus pensamientos sobre el actual ascenso de la extrema derecha, presentando un aspecto importante de lo que enfrentamos.
“La influencia actual de la extrema derecha sobre nuestro cuerpo político recuerda una inquietante memoria de hace algunos años. Mientras caminaba por la exposición del campo de la muerte de Auschwitz, una fría mañana de enero, me di cuenta de que los que participaron en ese indescriptible crimen no eran tan diferentes de mi persona o de cualquier otra. Hicieron compromisos, primero pequeños –para mantener sus relaciones sociales, conservar sus puestos de trabajo– hasta que ‘cruzaron la línea’. En ese momento, oré a Dios para llegar a tener el valor de expresar mi opinión cuando me vea enfrentado con dilemas semejantes, a pesar de las consecuencias para mi persona.”
Ritt Goldstein es un periodista de investigación política con sede en Estocolmo. Su trabajo ha aparecido en diversas publicaciones como el Sydney Morning Herald de Australia, El Mundo de España, Wiener Zeitung de Austria, Christian Science Monitor de EE.UU., el Politiken de Dinamarca, así como en el Servicio Internacional de Prensa (IPS,) una agencia de noticias mundial.
(Copyright 2010 Asia Times Online (Holdings) Ltd. All rights reserved.Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Front_Page/LK10Aa01.html