¿Qué no se entiende? ¿Qué hay que entender?
La isla se hunde, con todos nosotros, aunque muchos crean que no se hunden con la isla, porque creen que están protegidos.
Estamos atrapados. Tenemos las iglesias fundamentalistas del Talibán occidental, las iglesias intolerantes y cerradas que se anuncian cristianas a pesar de que no citan los mensajes del amor inclusivo de los evangelios. Están enfrascadas con sus lecturas obsesivas, exclusivas y represivas, de las venganzas divinas y de los castigos absolutos de un viejo testamento que se lee con ojos duros y limitados.
Tenemos además la euforia de los consumos constantes (que se gozan, enfermizos), inducida por la saturación de la publicidad comercial. Es la euforia del consumo que ocupa los espacios de nuestra subjetividad. ¿Somos eso?
Resulta además que ese consumo incluye lo que usualmente llamamos la política (la que predomina, la de los partidos reinantes y las oposiciones tímidas ajustadas), pues esa política es también mercadeo que manipula las mismas fórmulas de la publicidad. Funciona. Pero no hay consumo sin consumidor … Entonces …
Es lo mismo, la misma trampa. Estamos donde estamos, y seguimos, pues es lo mismo que seguimos aceptando. Las iglesias y los centros comerciales son lo mismo, son templos de la euforia del consumo. Resuelven problemas creados para la imaginación del consumo, para los deseos imaginados. Los partidos políticos, como las iglesias, son un templo imaginado. Es consumo hecho a la medida de los resultados esperados y anticipados para la producción que se promueve. Van de la mano.
El gobierno de turno usa ambas estrategias -religiosas, comerciales- de sometimiento y mantenimiento, la de esos consumos aceptados que andan juntos, los consumos religiosos y políticos, los de la política religiosa (la política como religión) y los de la religión impuesta que se hace política descarada del gobierno, del Estado (la constitución no importa).
Eso no es nuevo, pero ahora se hace mucho más intenso . Aquí no hay colapso, sino implosión infinita, que busca ser infinita. Acaso es normalización de lo excepcional, aceptado como lo normal.
Es el oportunismo acrecentado de los poderosos. Oportunismo, pues los poderosos tienen otra moral, muy conveniente, la moral de la expropiación y del beneficio inmediato sin que importen las consecuencias.
Ellos son los mercaderes que hay que desalojar.
¿Qué es lo que no se entiende?
¿Qué se puede hacer que sea distinto? ¿Cómo es posible que aceptemos felizmente tanta sujetación? ¿Esclavos felices somos?
¿Tal vez sea que no se pueda hacer algo distinto?
Entonces, si eso es así, merecemos el gobierno (y la sociedad, y la isla) que tenemos. Isla suicida. Esto no funciona, pero se mantiene, lo mantenemos y sostenemos porque lo aceptamos con alegría.
Acaso lo que se ha logrado desde los poderes es una catexis colectiva, una fijación intensa y efectiva de las energías libidinales en ideas, objetos y persona(lidades) con las cuales nos identificamos, imaginarias, que han logrado deseo, que se alimentan de sus propias sujetaciones en un torbellino de huecos negros (metáfora astronómica, pero muy pertinente e inmediata).
Lo cierto es que los dominados participan de su dominación, son parte de ese hueco aplastante, lo sostienen, pues sin eso no se puede mantener ese dominio.
Tal vez no hagan falta sociólogos, politicólogos, ni comentaristas en la radio, para descifrar esto, sino gente que sean expertos en las psicopatologías (colectivas), para poder intentar entender estos tejidos sociales, estas relaciones sociales.
Que se entienda, al menos, la ironía de esa sugerencia, pues lo que hace falta no es terapia sino irrupciones alternativas que se atrevan a descubrir lo distinto en sus propios caminos, paso a paso.
¿Qué somos? ¿Qué puede funcionar, que sea distinto, para nosotros los otros (y algo de lo otro queda tal vez en nosotros), que no sea esto que no funciona?
Lo que sucede ahora es que la isla se hunde bajo el peso de las imposiciones neoliberales aceleradas de un gobierno de turno que goza de la ausencia de oposiciones eficaces, con un Estado que se hace cada vez más impermeable y que afina sus capacidades represivas.
Si la insurgencia posible, en contra de todo esto, no deviene movimiento amplio e inclusivo, multifacético y ágil, de resistencias y desobediencias civiles que coincidan de manera sostenida e indefinida, no hay gran cosa que se pueda esperar. Pero eso tiende a un límite, a una frontera política (y social) que tal vez no se quiera o se pueda rebasar, pues tiende a exigir otros modos y formas de gobierno y de convivencia. Tal vez eso sea el problema.
Ya veremos.
Exodo, digo yo.
Hay que salir del palacio, de la ciudad del faraón, sin mirar atrás, y atreverse a descubrir las opciones que se encuentren en el desierto, paso a paso. Esa es la tierra prometida, si acaso se desea.
Me perdonan la neura, pero es que tantas violencias sostenidas no se pueden aceptar … Todo esto es parte de un presente inaceptable. La pregunta es cuál es el futuro latente, si acaso existe.