Cuatro factores han sido claves en esta expansión de los indignados. El desempleo juvenil. La insultante desigualdad entre un puñado de muy ricos y amplias masas en condiciones de pobreza. La revolución de las telecomunicaciones. La mediocridad y corrupción de las clases políticas.
Aceptemos esas causas como inmediatas, aparentes y obvias. Pero entonces hay que plantear varias otras cosas.
Una es que la mediocridad y la corrupción de las clases políticas no se pueden entender al margen del aparato de Estado y gobierno que las requiere, cobija y reproduce, pues son Estado y gobierno impermeables en manos de las cúpulas del capital financiero transnacional, cada vez más represivos en sus funciones e intransigencias. Otra es que la insultante desigualdad no es consecuencia de la avaricia individual, condición subjetiva que se puede corregir, sino efecto y proceso estructural de la acumulación capitalista actual. Sin duda se exacerba en este periodo de inestabilidades y extremos especulativos inevitables (que los gobiernos permiten y provocan) pero no es algo que sea nuevo. El desempleo juvenil, por otra parte, es parte de la reestructuración de los ejércitos de reserva de mano de obra que ocurre a escala global. Eso es capitalismo funcionando como funciona el capitalismo. Las precariedades y despojos redistribuidos trascienden a los sectores más jóvenes, aunque puede que se sientan más agudos ahí, en la medida en que se sigue reorganizando la división internacional del trabajo, y se reiteran y actualizan las expropiaciones de siempre. Se reiteran esas expropiaciones, y se inventan y refuerzan otras: vean lo que sucede con la agricultura en manos de las transnacionales de los cultivos transgénicos (expropiación radical, genética, de las semillas).
Estamos desde hace rato en otra ronda de acumulaciones originarias renovadas, necesarias para la reproducción ampliada de los capitales en sus crisis: expropiar para acumular y controlar como se pueda, a pesar de todo y sin que importen las consecuencias para todos nosotros los otros, y eso incluye la reorganización de la fuerza de trabajo. Es es el mismo proceso de expropiaciones reiteradas que se repite en lo económico y en lo político en medio de todas las variaciones ideológicas (incluyendo la formalidad actualizada de la democracia neoliberal y la de los consumos aceptados en sus procesos políticos y económicos, que son las dos caras de la misma moneda que seguimos intercambiando).
Ni hablar de las maniobras que se siguen imponiendo a favor de las austeridades presupuestarias en contra de las redes de apoyo social que apenas subsisten, bonito negocio que sigue expropiando lo poco que queda en manos de los muchos para aumentar lo mucho que se concentra en manos de los pocos, con el Estado como negociante unilateral y mediador de las transacciones de ese saqueo, en los espacios nacionales e internacionales, ligados en sus redes de exigencias transnacionales desde arriba. La deuda que se quiere resolver desde arriba es expropiación, a través de los cobros de los intereses y de las imposiciones de reorganizaciones productivas y políticas, y eso no es nuevo, y permite la apropiación de bienes y recursos desde arriba – todo es deuda, sí, pero para nosotros que sguimos perdiendo el fruto del esfuerzo de trabajo. Vean además lo que a todas luces se sigue desarrollando como una escolarización de la exclusión mediante la privatización de esa escolarización y las alzas en los costos de acceso a lo que queda de una escolarización pública. ¿Cuál fuerza de trabajo se impone en todo esto, y quiénes somos entonces la “clase obrera”? En ciertos sentidos muy concretos y reales las fronteras de esa clase se exienden y diluyen al mismo tiempo que se universalizan y se hacen precarias. Al mismo tiempo, las condiciones del trabajo asalariado son tales que no solo se borra la distinción entre vida “privada” y tiempo de trabajo, sino que se llega al punto en el cual no hacen falta máquinas ni líneas de ensamblaje encajonadas en edificios para definir una condición fabril. Nuestros cuerpos son las máquinas, en un contexto en el cual las redes de producción y reproducción del capital, y de la fuerza de trabajo, son multinacionales. La fragilidad de las condiciones de existencia asalariada se confunde con las múltiples capas de las economías informales, y a eso se añade la dificultad creciente de entrar en el mercado de trabajo. Ni hablar de los desplazamientos forzados que se encubren en los flujos de las migraciones, legales e ilegales. En todo esto se multiplican así las poblaciones chatarra de precariedad extrema, así como las poblaciones desechables y de maniobra, y se extienden las fronteras sociales de la pauperización (absoluta y relativa), de la clausura de oportunidades disponibles en los mercados de trabajo, de las expropiaciones y de la negación de las conidiciones mínimas de vida. Entonces vuelvo a preguntar: ¿quiénes somos la clase obrera? Hay que pensar que es flujo, pero anudado en las confusiones, precariedades y en las expropiaciones de todos aquellos que solo pueden vender lo que tienen, que es su fuerza de trabajo Todo esto es causa y consecuencia, tácticas y estrategias, imposiciones y resistencias, de las luchas de clases que llegan desde arriba: buscan debilitar las resistencias posibles al mismo tiempo que las provocan con la apuesta de poder manejarlas (pero eso depende de las resistencias).
La revolución de las telecomunicaciones ciertamente facilita la velocidad y la consistencia posible del esparcimiento de las revueltas y resistencias, y promete (tal vez) la posibilidad de una coordinación más contundente (pero eso depende de lo que se quiere y se busca, y eso tal vez no se sabe). Tarde o temprano se llega al hecho del Estado, el hecho de que es el Estado en todas su dimensiones formales e informales (“públicas” y “privadas”, de “sociedad política” y “sociedad civil”) lo que insiste agresivamente en la reproducción de las redes de las explotaciones y expropiaciones que se hacen intolerables, y esa reproducción a través de lo político y la política dominante raya en la proliferación de gobiernos deslegitimados que persisten en su impermeabilidad inamovible. Eso plantea, se quiera o no, otro horizonte: la necesidad de otra política que conduzca a un gobierno radicalmente democrático en contra del Estado. Hay muchas indignaciones que olvidamos o que no reconocemos porque no encajan en las intenciones de mantenimiento reformista de los ajustes imaginarios. Los reformismos posibles hace ya rato que se han agotado, no tienen espacio viable. O nos planteamos un gobierno radicalmente democrático en contra del Estado que abra otros procesos de soberanía desde abajo, o nos quedamos en las mismas ruedas infernales de lo que el capital permite y quiere, y logra.
No hay que olvidar dos aspectos en todo este proceso. Lo primero es que no basta con marchas y plantones de ocupaciones que no pueden ser permanentes. Son apenas un primer paso posible de movilización y replanteamiento de lo político existente en la búsqueda de otra política, de otras formas de luchas y de actuaciones alternativas sostenidas. Lo segundo es que a escala global seríamos ingenuos si no vemos que muchas de las revueltas también pueden ser parte de un proceso de recambio de los autoritarismos, y que el Estado existente en todas partes tiene todavía la plena capacidad para reprimir, desgastar, desmantelar y deshacer las resistencias. Los autoritarismos fascistizados del Norte occidental siguen su curso acelerado. En Oriente vemos que son muchas las fuerzas que combaten en contra de los regímenes actuales: está el apoyo geoestratégico selectivo del neoliberalismo imperial en nombre de las libertades abstractas de ese mismo neoliberalismo, y están las reconstituciones pretendidas de los fundamentalismos religiosos en medio de luchas por dominio sectario, todo ello junto a las fuerzas de otra búsqueda democrátca. No hay desenlace garantizado.
Acá, en el Norte occidental, estamos lejos de una perspectiva de resistencia que enfoque claramente lo que está en juego. No basta con cambiar las clases políticas, ni las capas administrativas de las finanzas, sin desmantelar los aparatos económicos y políticos que promueven y requieren de las corrupciones y las avaricias propias del neoliberalismo, y eso es entonces plantearse un anticapitalismo como proceso actual, en un momento en el cual lo reformista bien puede amenazar con convertirse en revolucionario, y en que lo revolucionario que brota se puede seguir dejando ahogar por las ilusiones reformistas. En todo este proceso -como ha ocurrido anteriormente- todo ocurre como si los peores enemigos de la izquierda siguen legando desde la izquierda. No hay que olvidar tampoco que este capitalismo de casino va de la mano con el capitalismo de las mafias, con la narcoestatización tendencial que sirve además de pretexto para implantar desde arriba una condición de guerra civil, y de guerra abierta del Estado en contra de sus propias poblaciones, como lo excepcional normalizado en formas militarizadas (México y Centroamérica son ejemplos claros, no exclusivos, ni se limita esto al Sur). Todo anda de la mano. Si tocamos un punto de presión en el tejido de la crisis actual tarde o temprano los tocamos todos. Ya veremos.
Esto es por ahora pantano espantoso, otra manera de existencia de las implosiones infinitas en las cuales se reproduce este capitalismo a través de las desigualdades que lo constituyen y mantienen. Hueco negro es, y el colapso no está programado. Esto no se cae. Esto hay que aplastarlo ( eso no es un acto, sino un proceso). Una crisis aún más agudizada (que podemos prever, pues ya sugiere su perfil), sin resistencias capaces de imponer alternativas, solo puede conducir a un autoritarismo fascisitizado endurecido. Eso es lo que vemos. Las derrotas nos siguen costando décadas, generaciones. Mientras tanto, el planeta fallece paso a paso. No sabemos cuál es la vida que es y debe ser nuestra. Qué lástima.
http://www.jornada.unam.mx/2011/12/24/index.php?section=economia&article=023a1eco
Los indignados
Gustavo Gordillo
“Por ser capaz de capturar y enfatizar el sentido global de una promesa incumplida, por haber inquietado a gobiernos y al sentido común, por combinar las más antiguas de las técnicas con las más modernas de las tecnologías para iluminar la dignidad humana y finalmente por canalizar al planeta hacia un curso más democrático aunque también más peligroso para el siglo XXI el indignado (el protestante sería la traducción literal) es la persona del año 2011 de la revista Time.”Con esto esta influyente revista estadunidense constata lo que ha venido ocurriendo a lo largo del año.
El contagio de las movilizaciones ciudadanas ha seguido un itinerario sintomático. Empiezan en una de las regiones caracterizadas por dictaduras represivas y sangrientas. Con unos cuantos días de diferencia se incendian Argelia, Túnez, Egipto, Marruecos, Yemen, Libia y Siria. Los resultados han sido desiguales. El gran dilema que emerge: ¿cómo mantener el impulso de la movilización al tiempo que se construyen nuevas instituciones y cómo evitar que les escamoteen el triunfo a las masas juveniles? En Egipto un cierto desencanto lleva a un cirujano participante en las luchas a exclamar: los jóvenes hicieron que la revolución ocurriera, pero se las entregamos a los adultos mayores. No tuvimos confianza en nosotros. (Time, diciembre 26-2011)
El contagio se extiende en mayo a España, luego a Gran Bretaña y Grecia. Ahí el centro de la movilización está vinculado con el desempleo, la desigualdad y el desencanto con la democracia. De ahí el lema de democracia real. Las movilizaciones avanzan en lugares insospechados como Israel y Tíbet. En la India el activista y líder espiritual Anna Hazare anima una vasta movilización contra la corrupción; lucha que retoman después los brasileños.
Ante los signos incontrovertibles del incremento de la desigualdad hay un nuevo impulso a las luchas por la justicia social desde los estudiantes chilenos hasta los “ocupas” de Wall Street y de otras ciudades estadunidenses. China no se libra de movilizaciones que rechazan planes de infraestructura implantados sin consultar a la gente. Hace unos días otro país aparentemente silenciado (Rusia), explota en movilizaciones –como respuesta a las elecciones fraudulentas–, agrupadas alrededor del lema contra Putin y su partido: Son el partido de los truhanes y los ladrones.
¿Qué hay de común en todas estas movilizaciones? La rabia ante la impunidad y la corrupción, y la decisión de no tolerarla más. Punto.
Cuatro factores han sido claves en esta expansión de los indignados. El desempleo juvenil. La insultante desigualdad entre un puñado de muy ricos y amplias masas en condiciones de pobreza. La revolución de las telecomunicaciones. La mediocridad y corrupción de las clases políticas.
Aun con regímenes políticos tan distintos los rasgos señalados hacían previsible que por contagio creciera como marea la protesta popular. El manifiesto de Stephane Hessel (2009), un ex combatiente de la Resistencia francesa frente al nazismo, llamando a los jóvenes a indignarse causó enorme efecto en Europa y más allá justo porque resumía el estado de ánimo y una propuesta central que ha recorrido todas las movilizaciones de 2011: indignación no violenta.
Cada movilización ha tenido sus propios Hessel. Como lo resumió Regis Debray en el Nouvel Observateur (3/3/2011): Fervor poético, intransigencia moral y moderación política: bella ecuación que impacta y detona.
¿Con cuál de las tantas famosas frases concluir este año?
Nosotros no somos anti-sistema sino ustedes son anti-nosotros; o tal vez siguiendo al disidente chino Ai weiwei: El cambio vendrá del corazón de los jóvenes.
El sentido de nuestros tiempos es la indignación moral con su correlato en las acciones heróicas.
Y como dijera el gran filósofo Yogi Berra: Esto no se acaba hasta que se acaba.
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